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SAN CAMILO DE LELIS UNA VIDA PARA LOS ENFERMOS

UNA  JUVENTUD DESCABELLADA

 

Camilo era un muchacho alto, travieso y rebelde, pero también muy sensible con los pobres.

 

Su madre Camila, le dio a luz a la edad de casi 60 años (por eso la llamaron Santa Isabel), el 25 de Mayo de 1550, día de Pentecostés y de San Urbano, Patrono del pueblo de Buquiánico en Abruzzi (Italia).

 

Antes del nacimiento, su madre lo vio en sueños al frente de un escuadrón de muchachos; todos ellos con una cruz roja en el pecho. Ella se preguntaba: ¿se convertiría su hijo en jefe de bandidos? Todo ello la hacía presentir su vivacidad e indocilidad, causa de angustias y lágrimas.

 

Su padre, Juan de Lelis, militar y de noble familia, no se preocupaba mucho por este muchacho alocado.

 

Cuando apenas Camilo tenía 13 años, muere la madre y su padre empieza a ocuparse de él.

 

Lo pone en la escuela, pero a Camilo no le gusta estudiar.

 

El tiempo pasa y a los 19 años decide seguir a su padre en la carrera militar. Esto a él sí le gusta. Entonces dejan su morada rumbo a Venecia para alistarse en la guerra contra los turcos. Pero antes de llegar, el padre de Camilo se enferma gravemente y muere. Camilo se queda solo en el mundo y con una molesta ampolla sobre uno de sus tobillos, que luego se convierte en llaga. Esto lo asusta y resuelve  ir a Roma al Hospital de Santiago de los Incurables, refugio de los enfermos más pobres e incurables. Allí lo admiten como un desdichado cualquiera. El acepta trabajar como empleado mientras sane su llaga.

 

Trabaja según el capricho y el estado de ánimo en que se encuentre. Con frecuencia descuida a los enfermos y se vuela del hospital para jugar naipes o a los dados, con los compañeros o con los barqueros del río Tíber.

 

Las directivas del hospital lo amonestan varias veces y al fin lo expulsan por incorregible, pues Camilo se deja llevar por el ansia de libertad y de aventura.

 

En su afán de ganar dinero para su empedernida pasión por el juego, se alista en las tropas mercenarias de Venecia, y después en las de España. Toma parte en las acciones militares de Zara y Corfú (Dalmacia) y de Túnez en Africa. Las armas le dan una buena paga, que juega puntualmente...; es una obsesión. Pero como siempre pierde todo, y un día debe entregar al ganador la espada y el arcabuz, su preciosa capa nobiliaria y hasta la camisa.

 

Camilo se ve enfrentado a una dura alternativa:  o robar o mendigar; entonces prefiere extender la mano y pedir limosna en Manfredonia.

 

Por buena suerte allí, los Padres Capuchinos necesitan un peón de albañil y Camilo, un gigante marcado por pericias y aventuras y obligado por el hambre, acepta. Pero está decidido a regresar a la vida militar y al juego cuando pase el invierno. No sabe hacer otra cosa. ¿Seguirá así por toda la vida?

 

 

UNA CONVERSIÓN AUTENTICA

 

En la vida hay momentos de Dios que cambian radicalmente los caminos del hombre. El Primero de Febrero, Camilo se encuentra en el convento de San Juan Redondo, para una diligencia de los frailes de Manfredonia.

 

Allí el guardián del Convento en tono confidencial le habla de Dios. En pocas palabras le dice: Dios es todo, el resto es nada. Camilo escucha y al día siguiente parte con su burrito.

 

Pero aquella conversación sigue dándole vueltas en la cabeza; por fin se arrodilla en medio del camino y decidido a no derrochar más la vida en tantas cosas vanas, como el dinero, el juego y las guerras, llorando protesta: "Soy un gran pecador. !Dame tiempo, Señor, para hacer penitencia...!, No más mundo! !No más mundo! ". Es el 2 de Febrero de 1575. Camilo tiene 25 años.

 

Enseguida se hace fraile capuchino, y ya es otro. Por su humildad le ponen el apodo de "Fray Humilde"; pero el borde del hábito, que le roza en el tobillo, le abre de nuevo la llaga. Otra vez va a Roma para curarse, ya hora ve a los enfermos del hospital de Santiago con otros ojos; pero su corazón lo tiene donde los Capuchinos.

 

Luego sana y regresa al convento (ahora lo llaman "Fray Cristóbal" por su gigante estatura, mide 1.97 cm.). Pero la llaga vuelve a abrirse y no se le cerrará nunca; entonces va de nuevo al hospital. Dios tiene otro designio para él.

 

 

ENFERMO PARA LOS ENFERMOS

 

Dios lo quiere en el hospital, enfermo al servicio de los enfermos: a él, Camilo, con su larga y dolorosa experiencia de enfermo y de aventurero. A él, pecador, lleno de defectos; pero ¿pueden los defectos y hasta los pecados impedir el plan de Dios sobre un hombre?

 

Camilo decide entregarse totalmente a los enfermos hasta la muerte, a ellos, a quienes nadie quiere ayudar, porque le causan repugnancia.  No es de extrañar eso, pues los hospitales de esa época eran muy sucios y llenos de parásitos, donde los sirvientes eran irresponsables y sin amor; dejaban a los enfermos sumergidos en sus propias inmundicias, sedientos hasta el punto de beber sus propios orines...

 

Camilo observa, reacciona y se dedica de tiempo completo y de lleno al trabajo de enfermero. Lo nombran mayordomo, algo así como gerente. Así tendrá más libertad para hacer y deshacer, para introducir reformas suyas: recibir con amabilidad a los enfermos, bañarlos con agua y hierbas aromáticas, darles una buena cama, curarlos en el cuerpo y en el alma, sin violentar las conciencias.

 

"Tratemos bien a estos enfermos, tratémoslos como personas; así se sentirán amados y buscarán también la renovación espiritual”: exhortaba sin cansarse. La lección más convencedora la ofrece con su ejemplo: los enfermos más sucios, indeseables, fastidiosos, se los reserva para él.

 

Trabaja y se entrega día y noche sin descanso. Su celo y la defensa de los derechos de los enfermos molestan a muchos, pero ¿qué puede hacer él solo? Camilo medita y ora.

 

 

UNA INSTITUCIÓN ORIGINAL

 

En vísperas de la fiesta de la Virgen Asunta de 1582, Camilo tuvo una inspiración: "fundar una compañía de hombres piadosos y de bien que, no por dinero, sino voluntariamente y por amor a Dios, sirvieran a los enfermos con aquel amor y amabilidad que suele mostrar la madre hacia su hijo único enfermo".

 

Esta idea se hace realidad y encuentra en el mismo hospital a cuatro laicos y a un sacerdote dispuestos a abrazar esa vocación de "madre tierna" para asistir a los enfermos por puro amor a Dios.

 

Para realizar mejor su idea, Camilo se sienta humildemente en un pupitre de la escuela entre jovencitos que a veces se burlan de él. Estudia con empeño y a los 34 años es ordenado sacerdote.

 

Su singular iniciativa suscita temores más o menos justificados; su celo y la actitud maternal de los compañeros despiertan envidia, mezquindad, oposición y hasta persecución.  El mismo confesor San Felipe Neri renuncia a guiar a ese testarudo.

 

Dos veces Camilo experimenta la tentación de abandonar el proyecto de fundación; pero dos veces Jesús crucificado (una en sueños y otra despierto) lo anima y tranquiliza, descolgando los brazos de la cruz y diciéndole: "No temas, cobarde. Prosigue la obra, porque esta es obra mía y no tuya". De ese momento en adelante nada lo detendrá.

 

Escribe las " Reglas de los servidores de los enfermos" y en 1856 logra del Papa Sixto V la aprobación de su compañía con el nombre de "Ministros (o sea Servidores) de los enfermos" y el privilegio de llevar una cruz roja en el pecho, que es el signo de amor y de entrega total a los enfermos, no de ruina e infamia, tal como su madre había interpretado en aquel sueño.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AL SERVICIO TOTAL DE LOS ENFERMOS

 

En breve tiempo ese grupito de intrépidos hombres, capaces de toda entrega, que llevan una cruz roja en el pecho, crece. Es una vocación de generosidad que atrae a jóvenes de toda Italia, también del extranjero, porque juventud significa intrepidez, capacidad de entrega y grandeza de ideales.

 

 

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Camilo se lanza con esmero a la tarea de aliviar el sufrimiento humano y brinda amor, consuelo y esperanza.

 

Donde hay soldados atacados de peste o en cuarentena, allí está él; donde hay un hospital lleno de enfermos por una nueva epidemia, ahí está con sus religiosos. En 1590 la carestía y la malaria causan muchas víctimas en Roma llenando las antiguas ruinas de desnutridos y enfermos; como ángel enviado desde el cielo, aparece Camilo con 8 compañeros para alejar el expectro de la muerte.

 

Este heroísmo conmueve al Santo Padre, quien en 1591, con un decreto erige la Compañía en Orden Religiosa de votos solemnes y con un voto especial: el de "Servir a todo enfermo aun el contagioso, a costa de la vida". Camilo y sus compañeros emiten sus votos y él es nombrado Superior General.

 

Camilo precede a todos con una dedicación incansable a los enfermos. Su hospital preferido es el de "Santo Spírito" de Roma, donde está el laboratorio de su caridad. Se queja de que el reloj del castillo de Santángelo corre demasiado y el tiempo no le alcanza para tantas necesidades.

 

La llaga le causa muchos dolores y se agrava. Parece a veces que le echara fuego; pero no le hace caso, para estar al servicio de los enfermos. Ni siquiera unos cálculos que lo molestaron en toda su vida, impiden su entrega.

 

Su corazón desborda tanto que abraza la asistencia de los enfermos a domicilio, que él llama "el mar grande, el océano sin fondo y sin fin" de la caridad. Con sus religiosos ofrece ayuda y cuidado constante para salvar vidas, regalar calor humano a los graves y preparar a bien morir.

 

Organiza también una expedición de Padres y Hermanos al campo de batalla de Hungría y Croacia para asistir a los heridos. Es precursor de la Cruz Roja Internacional.

 

Al oír rumores de contagio de peste, exclama: "esta es la hora nuestra, la fiesta de la caridad" y se entrega al cuidado de los infectados.

 

Muchos de sus religiosos mueren mártires de la caridad. Así la plantita de Camilo va creciendo cada vez más en el amor y entrega a los enfermos.

 

Todos llaman a los Ministros de los Enfermos. Los invitan a Nápoles, Milán, Génova, Bolonia, Palermo, Ferrara, Florencia, Mesina, Mantua... Donde puede Camilo establece una comunidad, haciendo presente la caridad misericordiosa de Cristo hacia los enfermos.

 

 

UN REFORMADOR DE LA ASISTENCIA

 

En los hospitales de la época se desconocía la limpieza y la higiene de personas y salas. Incluso se consideraban perjudiciales para la salud el uso del agua y el cambio del aire de las salas. También la asistencia de los enfermos dejaba mucho que desear.

 

Camilo no puede permitir eso. El hospital es el lugar sagrado de la liturgia de la caridad cristiana. Con ardor promueve y prescribe unas reformas que parecen una revolución sanitaria. Lo tildan de "intolerable e insoportable", por sus exigencias refinadas en el aseo y asistencia.

 

Es la inteligencia de la caridad, que lo mueve y estimula a reformar la asistencia sanitaria y a ser "creador de una nueva escuela de caridad" (Benedicto XIV).

 

Organiza en la casa religiosa una escuela de enfermería práctica y enseña cómo asistir y tratar con diligencia y humanidad a cada enfermo. Escribe "las normas para servir a los enfermos", mostrando que los enfermos son el centro del hospital; por eso necesitan un servicio solícito, alegre, infatigable y respetuoso.

 

Hay que hacerlo todo con "la caridad y la mayor diligencia posible y con el corazón en las manos". Exige en sus religiosos y en todos los servidores de los enfermos una actitud maternal, llena de delicadeza, sensibilidad, ternura, atención y bondad.

 

El Papa Pío XI escribe: "Camilo apareció como el hombre enviado por Dios para servir a los enfermos y enseñar a los demás la manera de servirlos".

 

 

"ESTUVE ENFERMO Y ME VISITARON"

 

Camilo meditó las palabras de Jesús: "Estuve enfermo y me visitaron; cuantas veces lo hicieron a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron" (Mt 25,36-40).

 

Su experiencia de fe en estas palabras lo llevan a exclamar: "Los enfermos son la herencia y patrimonio de Cristo, pupila y corazón de Dios, la misma persona de Cristo. El que sirve a los enfermos, sirve y cuida a Cristo nuestro Redentor".

 

También el hospital para él "es el jardín perfumado y delicioso de la caridad, el paraíso terrenal con la esperanza y garantía de alcanzar también el del cielo".

 

Para Camilo es natural pasar directamente de la oración al ejercicio de la caridad; de la adoración a las obras de misericordia; del Cristo presente en la Eucaristía al Cristo presente en el enfermo. Lo atiende de rodillas y exclama ante él: "Señor mío, ¿qué más puedo hacer por ti? Servirte es todo mi fin y consuelo".

 

A veces lo veían al lado de los enfermos con el rostro encendido como en éxtasis, pensando en servir a su amado Señor Jesucristo. Con insistencia recuerda a sus religiosos: "Padres y  Hermanos míos, miremos en los pobres enfermos a la persona misma de Cristo. Estos enfermos a quienes servimos, nos harán ver un día el rostro de Dios".

 

Para Camilo ninguna profesión o vocación puede ser más sublime que la del servicio a los enfermos; por ello afirmaba: "Entre las obras de caridad cristiana ninguna agrada más a Dios que la del servicio a los pobres enfermos".

 

De todo esto nacen sus bienaventuranzas:

-"Bienaventurado y dichoso el servidor de los enfermos que gasta su vida en este santo servicio con las manos metidas en la masa de la caridad".

-"Dichosos ustedes, que tienen tan buena ocasión de servir a Dios a la cabecera de los enfermos".

-"Dichosos ustedes, si pueden ir acompañados al tribunal de Dios por una lágrima, un suspiro o una bendición de estos pobrecitos enfermos".

 

 

CAMILO: UNA LAMPARA QUE NO SE APAGA

 

Camilo trabajó incansablemente, entregando su tiempo, su corazón, su espíritu para impulsar y motivar un servicio más humano para con los enfermos. Con tal fin cruzó muchas veces la Península de Italia de sur a norte y de norte a sur.

 

Las fatigas y las enfermedades llevaron a Camilo a la muerte en Roma, el 14 de Julio de 1614, a la edad de 64 años: 40 de ellos dedicados, día y noche, al cuidado de los enfermos.

 

El Papa Benedicto XIV en 1742 lo proclamó Beato y en 1746, Santo. Hace un siglo, en 1886, el Papa León XIII lo declaró patrono de los enfermos y hospitales, junto con San Juan de Dios, y el Papa Pío XI, en 1930, lo proclamó Modelo y Patrono de todos los trabajadores de la salud.


San Camilo sigue viviendo en sus hijos, Sacerdotes y Hermanos, en Congregaciones femeninas y Movimientos laicos comprometidos en el mundo de la salud. Los Camilos están presentes hoy en los 5 continentes y en 30 países del mundo, dando testimonio de la caridad de Cristo para con los enfermos. Trabajan como capellanes, enfermeros, médicos, promotores de agentes de pastoral de salud, según las necesidades y situaciones del lugar.

 

En América Latina los Religiosos Camilos trabajan en Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Bolivia, Ecuador, Haití y México.

 

El espíritu de caridad de San Camilo, su ejemplo de entrega a los enfermos, su mensaje de cuidar con humanidad a quienes sufren, hablan todavía al mundo de la salud.

 

También hoy se necesitan personas, como Camilo de Lelis, con valentía y sobre todo con amor, capaces de olvidarse a sí mismas, de sacrificarse con generosidad, de estar atentas a las necesidades de los enfermos.

 

Se necesitan hombres que hagan revivir su espíritu de servicio y estén dispuestos a gastar su vida al lado de los más pobres y necesitados.

 

En particular los enfermos esperan una respuesta generosa de los jóvenes de hoy.

 

¡Dios puede llamarte a ti. Si te llama, responde con generosidad!

 

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